El naufragio del Doctor Martín (Capítulo 3 de 4)

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El Doctor Martín volvió una semana mas tarde donde el señor Alfaro, y tratando de limitar el diálogo al mínimo compró  la lancha verde en vez del velero blanco… Le dio una pésima pero amable excusa sobre que no tenia tiempo para aprender velerismo y, desde este punto en adelante la historia del doctor Martín se alarga por unos años muy aburridos, aun cuando incluyeron una serie de periódicas entrevistas a la televisión en las que el doctor Martín hablaba lo primero que se le venía a la mente, la gente se reía y lo aplaudían igual que en la ONU.

Todas estas cosas, junto a la progresiva cantidad de políticos payasos que veía en cada Talk Show al que lo invitaban, lo hicieron llegar progresivamente a la idea monolítica de que todo el conocimiento humano se había torcido en algún punto y la convicción íntima de que eventualmente iban a pasar los aviones disparando bombas atómicas sobre una humanidad demasiado estúpida ya para auto conservarse del peligro mortal que representaba para si misma.

Desde entonces iba a televisión cuando necesitaba algo de dinero extra, pero como en todo, después de un par de años lo dejaron de llamar.

Lo importante es que desde entonces se levantaría todos los días al despuntar el alba, se subiría a su lancha, aceleraría hasta el medio del lago y desde ahí, recostado con una caja de cigarrillos y unas latas de cerveza, se quedaria dormitando, oteando de vez en cuando el cielo, esperando el zumbido macabro de los bombarderos atómicos rompiendo el horizonte.

De esta forma pasaron casi doce años durante los que, para desencanto del Doctor Martín, ni los aviones ni las explosiones nucleares llegaron jamás, así hasta un día de octubre en que el tronido de un helicóptero aterrizando en su patio lo despertó de su siesta de media tarde.

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