Tinturas Rupestres

Por aquellos hoy días ya idos
Cien mil cosechas atrás
¿Se vestirían los hombres de colores?
¿Serían en sus cuerpos ropas vistosas?
¿O serian a sus ojos, quizás, revestimientos de arcoiris y ocaso?

Cristalizarían tal vez
con tinturas de barro y hierbas
Los atardeceres violáceos de la estepa
en sus calcetas nómadas
forradas de lana y cuero curtido

Para así abrigarse
y abrigar también
la memoria
de la luz que no vuelve.

El naufragio del Doctor Martín (Capítulo 4 de 4)

4.-

El Doctor Martín se levantó del sofá donde dormitaba, se puso sus sandalias y salió al patio encendiendo un cigarrillo mientras el viento que levantaban las hélices deteniéndose convertían su tranquilo jardín en un huracán de polvo y pétalos de flores.
Del moscardón negro posado sobre sus camelias se bajó un euroasiático elegantemente vestido. Se acercó al Doctor Martín y le dio un reverente apretón de manos tras lo que se presentó en un español semi-neutro con marcado acento de curso incentivo de idiomas.
-Hola, es un placer para mí conocerlo al fin, doctor Martín.
-Gracias.
Le contestó el doctor mientras miraba las ruinas de su jardín destrozado irse con el viento.
-Mi nombre es Bryan Chun, y soy embajador del recién formado gobierno mundial.
Dijo con un gesto aun mas reverente mientras le pasaba una moderna tarjeta de identificación con holograma.
-¿Gobierno mundial?
Preguntó el doctor sorprendido.
-Usted no ve muchas noticias actualmente, ¿no es así?
Le contestó el euroasiático sonriendo.

Pasaron un par de horas en que el Embajador le explicó todo lo que había ocurrido en los últimos años con el final de las rivalidades ideológicas, el tratado mundial de libre comercio y como finalmente se había logrado dejar atrás la oscura época de los conflictos. Todo esto mientras el embajador muy respetuosamente le repetía constantemente al doctor su papel en ese proceso, lo mucho que admiraba su obra y, finalmente, que la intención que había al posarse en su jardín de flores (cuyo destrozo sentía mucho pero que el gobierno mundial se comprometía a reponer) era convidarlo a asistir como invitado de honor a la fiesta de inauguración del parlamento planetario, apoteósica ceremonia sin precedentes, a realizarse en Ginebra dentro de una semana y media más.

Una vez arriba del helicóptero, aún vestido con sandalias y chaqueta pescadora, El Doctor Martín se sentó en un muy cómodo asiento con acolchado anatómico, el embajador le hizo notar que el helicóptero tenía también una pantalla tridimensional de cincuenta pulgadas con televisión satelital, un frigobar con whiskey de 24 años, una caja de tabaco de primera categoría y un muy confortable sofá con acolchado anatómico.
El Doctor Martín miró las cosas hacerse mas pequeñas desde el helicóptero subsónico y reflexionó acerca de las circunstancias que lo habían llevado a ese punto, pensó en sus hijos que apenas lo visitaban, pensó en todos esos políticos jugando a ser cómicos en televisión, pensó en ese famoso tratado de libre comercio y en quién habría ensamblado esa televisión de cincuenta pulgadas que en ese momento le mostraba una película sobre un Perrito Poodle científico que también luchaba contra el crimen en Beverly Hills. Se preguntó si realmente todo esto era culpa suya o si en realidad no había sido solo parte de un proceso mucho mayor de circunstancias sociopolíticas en las que el solo había sido un punto o una coma en el gran libro de la Historia. Miró la mesita del lado y vio que un pequeño robot con forma de lavadora automática le estaba preparando un trago mientras el embajador encendía un alargado cigarro con aroma a vainilla y cambiaba la película por un noticiario que mostraba una sequía en Mozambique, para luego sintonizar un partido de baseball violento entre dos equipos rusos… El mundo había cambiado, de eso no había duda.

Mientras miraba por la ventana, El Doctor Martín dio una probada a su trago y, en el momento justo en que la Cordillera de los Andes al fin se perdía de vista, no pudo evitar pensar que solo era cosa de tiempo para que le trajeran las Escort.

Fue entonces cuando se sorprendió a si mismo pidiéndole un mojito al robot-mozo mientras esperaba que ojala le tocara una rubia.

El naufragio del Doctor Martín (Capítulo 3 de 4)

3.-

El Doctor Martín volvió una semana mas tarde donde el señor Alfaro, y tratando de limitar el diálogo al mínimo compró  la lancha verde en vez del velero blanco… Le dio una pésima pero amable excusa sobre que no tenia tiempo para aprender velerismo y, desde este punto en adelante la historia del doctor Martín se alarga por unos años muy aburridos, aun cuando incluyeron una serie de periódicas entrevistas a la televisión en las que el doctor Martín hablaba lo primero que se le venía a la mente, la gente se reía y lo aplaudían igual que en la ONU.

Todas estas cosas, junto a la progresiva cantidad de políticos payasos que veía en cada Talk Show al que lo invitaban, lo hicieron llegar progresivamente a la idea monolítica de que todo el conocimiento humano se había torcido en algún punto y la convicción íntima de que eventualmente iban a pasar los aviones disparando bombas atómicas sobre una humanidad demasiado estúpida ya para auto conservarse del peligro mortal que representaba para si misma.

Desde entonces iba a televisión cuando necesitaba algo de dinero extra, pero como en todo, después de un par de años lo dejaron de llamar.

Lo importante es que desde entonces se levantaría todos los días al despuntar el alba, se subiría a su lancha, aceleraría hasta el medio del lago y desde ahí, recostado con una caja de cigarrillos y unas latas de cerveza, se quedaria dormitando, oteando de vez en cuando el cielo, esperando el zumbido macabro de los bombarderos atómicos rompiendo el horizonte.

De esta forma pasaron casi doce años durante los que, para desencanto del Doctor Martín, ni los aviones ni las explosiones nucleares llegaron jamás, así hasta un día de octubre en que el tronido de un helicóptero aterrizando en su patio lo despertó de su siesta de media tarde.

El naufragio del Doctor Martín (Capítulo 2 de 4)

2.


-¿Si?
-Hola, vengo por lo del velero.
Dijo el Doctor Martín al citófono instalado fuera de la reja de alambre que rodeaba la casa rural donde había llegado siguiendo el dato de un “velero hermoso a un costo asequible”.
“Asequible ahora”, pensó, mientras se miraba sus viejos mocasines de cuero manchados por el polvo del caminito del sur de Chile.
-Ah si, usted es el señor Martín.- Le dijo un hombre robusto que se acercaba a la reja dando grandes trancos. -¡Ah! ¡Disculpe! –El hombre le extendió una robusta mano manchada con pintura blanca que se limpió en el pantalón –Benjamín Alfaro, mucho gusto.
-Gracias, Igualmente.
-Nos conocemos de antes ¿cierto?
Durante los meses siguientes al discurso de la ONU una multitud de líderes mundiales habían llamado al Doctor Martín para ofrecerle suculentas sumas de dinero a cambio de que les escribiera discursos hilarantes para rematar sus aburridos manifiestos tecnócratas, “algo así como el que pronunció esa tarde de Abril en las Naciones Unidas” le decían siempre los yupies mientras se balanceaban en sus sillas gerenciales desde donde asesoraban a los políticos mas importantes de las potencias por alguna cantidad de dinero onerosa, probablemente bajo el titulo de “departamento de estrategia” o algo con esa pompa.
Al principio, hay que reconocer, el Doctor Martín las rechazó todas del mismo modo que rechazaba la mayor parte de las invitaciones a los programas de televisión, incapaz de asumir aún que realmente le querían dar el Nobel de la Paz por haber tenido un arranque de acidez con mucho rating y cuya magnitud el doctor Martín aun no había visto en youtube, donde ya era uno de los cien vídeos mas vistos.
-No, no - Le contestó el Doctor Martín sin dejar de sentir un escalofrío mientras se calaba el sombrerito jipijapa que se había conseguido para guarecerse del calor de febrero - no creo, yo no soy de por acá.
En todo caso, cuando las sumas de dinero ofrecidas comenzaron a ser muy grandes el Doctor Martín comenzó a cobrar por entrevistas para las revistas de distribuicion internacional y se guardó un poco los prejuicios, o lo que fuera que lo incomodara. La verdad es que eran muchos ceros y el Doctor Martín lo veia como una oportunidad única de asegurarse una merecida jubilación lejos de toda esa vorágine de hedonismo y decadencia... Tan solo tenia que hablar estupideces, no le hacia daño a nadie.
-Es que sabe usted me parece cara conocida, bueno, demás que me acuerdo mas rato… Así que viene a ver el Velero ¿no?
-Si, es que me vengo a vivir al otro lado del lago y aprovechando…
-Claro, se ahorra el traslado ¿cierto?. Mire, acompáñeme al muelle y se lo muestro, justo lo estaba arreglando.
Lo interrumpió el hombre dándole una palmadita en la espalda para luego llevarlo por un sendero que daba al lago. Mientras caminaban el Doctor Martín pudo mirar el impresionante volcán que se elevaba dominando el paisaje a unos cuantos kilómetros; siempre había pensado en retirarse a un lugar así y, aprovechando la brisa que lo golpeaba en la cara trató de pensar que todo lo que había pasado desde esa tarde tenía un sentido ulterior referente a su propia paz interna para poder, al fin, alejarse de todo ese sin sentido arrollador que lo había rodeado desde ese largo lapsus que había tenido en la ONU.
 “Un naufrago buscando un barco” pensó el Doctor sonriéndose de parafrasear a Ortega y Gasset.
Finalmente llegaron a un muelle construido con árboles de bosque nativo donde estaba amarrado un pequeño velero pintado de blanco con una serie de accesorios náuticos también blancos, adornados con frases escritas con letras doradas. Al otro lado del muelle, el Doctor Martín vio amarrada una lancha de color verde claro.
 -¿Que le parece? Bonito ¿Cierto?
-Si, si, está… blanco.
Le contestó el Doctor Martín mientras Benjamín se subía al velero de un salto y le empezaba a explicar sobre las velas. El sonido del viento le impedía escuchar bien así que optó por quedarse mirando y asintiendo con la cabeza mientras se fijaba en que todo en el Velero era blanco, incluso la madera de los bordes estaba pintada de un tenue barniz níveo. Finalmente Benjamín volvió a su lado y le dijo.
-…porque usted sabe navegar supongo, ¿no?
-No, bueno, la verdad pensaba aprender ahora que me vengo a vivir acá.
Apenas pronunció estas palabras el Doctor Martín sintió la mirada burlona del hombre cayéndole encima.
-No es tan fácil sabe. Necesita un profesor – Le dijo Benjamín mientras se daba vueltas a mirar el velero –Aunque si necesita ayuda en eso, yo podría enseñarle, darle unas clases, a precio de amigo ¿me entiende? Además si va a salir a hacer vela necesita alguien que lo ayude, aunque en este velero no es tan difícil porque tiene un GPS, un sistema de acceso a Internet que le dice donde está, que es lo que tiene que hacer, todo muy cómodo, muy de acuerdo a los tiempos…
El Doctor Martín se quedó mirando el barco y pensó que sería un buen pasatiempo aprender a navegar con este hombre de modales rudos, pensó que quizás podría volverse su amigo mientras el, encima del velero se iría volviendo uno y anónimo con el lago, también pensó en pintar un poco el barco, de algún color que no fuera tan blanco.
-No es como manejar un auto... Claro.
Dijo el Doctor tocando la áspera lona de las velas blancas.
-No, no pues, lo que es como manejar un auto y que se aprende solo es manejar esa lancha de ahi, ¿ve? – Se acercó a la lancha, se montó encima de un salto y la hecho a andar. –No es exactamente como un auto, pero es casi lo mismo: manubrio, pedales, cambios, etcétera… es que un Velero es otra cosa.
-Ah mire… No está mal.
-Discúlpeme por favor por la imprudencia… - Le dijo de pronto Benjamín –No me había dado cuenta quien es usted.
El Doctor Martín se quedó helado.
-¿Qué? ¿Quién? No, no, olvídese, no se preocupe.
Replicó asustado.
-No es que usted es uno de los ídolos de mi señora, siempre que sale en televisión lo vemos… Sabe, por ser usted no le cobro las clases de Velerismo porque, en serio, usted es el Doctor Martín ¿no?
El Doctor Martín se quedó en silencio y bajando la vista aceptó con una mueca de desagrado.
-Si, si, yo soy.
-¡Jajaja!- le dijo riendo -sabe, mi señora no va a creerme cuando vuelva y le cuente…
El doctor Martín dejo escapar una sonrisa, pese a todo el sincero desprecio que sentía por las formas de la fama, no dejaba de subirle el ego que fuera famoso en un lugar tan lejano.
-Que bueno que a ustedes les interese la política.
Le dijo amablemente tras lo que el hombre lo quedó mirando un instante y le contestó.
-Bueno, no se si la política, es que los chistes que usted cuenta son muy buenos… Como los del Coco Legrand, ¿le gusta el Coco? El viejo de la moto, ese que cuenta el chiste del hippie que tiene que ir al baño y el papel secante, le apuesto a que si, ¿o no? si se le nota en el estilo.

El naufragio del Doctor Martín (Capítulo 1 de 4)

1.-

Mientras subía las escalerillas que daban al estrado, el doctor Martín se dio cuenta que las palabras se le deshacían en la boca a medida que trataba de masticarlas para darles sentido, al igual que el ritmo se volvía un ente mutante y ajeno cuando trataba de construir las frases... Tampoco lo ayudaba el entorno lleno de lenguas desconocidas hablando en palabras que nunca había escuchado, que lo encandilaban con sus variantes abstractas de entonaciones, sílabas, golpes de lengua y sonidos del paladar.

El Doctor Martín se puso sus gafas y bebió agua procurando aparentar tosca parsimonia, mientras entrecerraba los ojos y buscaba encontrar su propia voz entre el estruendoso murmullo de babel que lo rodeaba, que lo observaba sordo como una gran masa que en su diversidad iba perdiendo la forma hasta volverse una sola esfera amorfa que mutaba como una gran sombra y lo observaba con un gigantesco ojo multicolor, "como un microscopio, o algo así" se le pasó la imagen en un destello mental.

Dos, tres, cuatro, cinco segundos estupefactos... Martín carraspeó un momento, reacción aún más instintiva que la del vaso de agua. Ya perdida toda visión de individualidad o certidumbre, esperó que sus oídos le dieran una respuesta de parte de ese monstruo observador que esperaba una señal para devorarlo o dejarlo ir. Martín levantó la vista y pudo observar al auditorio: enorme, gigante, con sus reflectores tostándole la piel y las cámaras de cuatrocientos doce canales del mundo mirándolo de frente. Reprodujo de memoria el movimiento de su boca y de su garganta para articular frases que en ese instante no pudo escuchar.

"Señoras, Señores... He venido acá..."

El silencio sepulcral que se formó de pronto le produjo, extrañamente, un pitido en la oreja. Mucho mas tarde, cuando todo había terminado, pensó que ese pitido ya estaba ahí antes de que se acallaran las voces, pero en aquel momento fue suficiente para aislarlo, ya de las luces, de las palabras, sólo sintiendo el eco interior de su voz y el olfato de la madera, del sudor y del aire recalentado por los reflectores de la TV.

El silencio, el pitido, la luminosidad, el polvo, el no encontrar ya nada razonable en la palabra memorizada, el naufragio del sentido que había leído en los filósofos postmodernos y del que había hablado tantas veces con sus colegas bebiendo café o cerveza negra. Todo ese lago de cavilaciones de pronto adquirió sentido, al fin tomó forma más allá de las abstracciones, entre un parpadeo y un carraspeo pasó desde atrás de su cerebro a la parte delantera.

Pudo sentirlos a todos, desde Foucault a Derridá, tan sólidos como el olor a barniz que le entraba por delante de la nariz, tan claro como el pitido, pudo verlo omnipresente en la masa de escépticos que lo miraban desde todos los estrados de las Naciones Unidas, en cada cientista político aceitado mirándolo desde los canales de televisión y periódicos del mundo, El Doctor Martín pudo sentir la posmodernidad como nunca y fue en este proceso que comenzó a olvidar su discurso pacifista mientras ya acostumbrado al candor de las luces pudo observar que el embajador de los Estados Unidos y el de China, protagonistas de la crisis nuclear que lo había llevado a hablar en ese lugar, iban ambos vestidos con el mismo terno Armani... y se dio cuenta que lo sabía porque él tenia el mismo modelo en su closet.

Fue en ese momento cuando comprendió a los posmodernos, y pasó alrededor de medio segundo de silencio sepulcral entre que el olor a madera fue interrumpido por el fugaz golpe de una ligera brisa de uno de los ventiladores y el instante en que el doctor Martín se dio cuenta de que todos esos libros eran, en realidad, extremadamente sencillos. Y no solo eso: eran también absurdos, totalmente poco constructivos, al igual que el terno Armani con rayas color marfil que llevaba el señor Rogers y el señor Wang: el objeto de consumo de una Elite, innecesariamente costoso y dificultoso de utilizar, una verdadera joya del corte, y como ella, igual de inútil a la hora de trabajar por el desarrollo de los pueblos. Para entonces habían pasado alrededor de ocho segundos de silencio en que el súbito naufragio de lucidez lo hizo beberse de un trago toda el agua del vaso, para luego saltarse el protocolo y el discurso.

"Desde acá me cuesta escucharme, me cuesta hablarles, me cuesta mirarlos, lo único que veo es una gran masa negra de consumidores que me miran con un solo ojo… Creo que se parecen a un microscopio y yo creo que ahora soy tan importante para ustedes como una bacteria, pero la verdad es que no me importa mucho, porque cuando me baje de acá volveré a ser parte de la sociedad y quizás me tome un café cortado en el Starbucks de la estación del tren.
Antes de empezar mi exposición solo quiero decirles que ya no vale la pena que pensemos en guerras, porque creo que ya no nos queda nada valioso que perder o quitar, porque hoy en día más o menos habitantes en este planeta no harán diferencia en el punto muerto al que ha llegado nuestra especie, hagamos lo que hagamos no seremos más que un gran rebaño que dentro de lo posible se vestirá en Armani o, si no tiene los fondos, tendrá que conformarse con una tienda de descuentos... Por eso no vale la pena una guerra de exterminio: porque no haríamos gran diferencia y en el proceso quizás los Osos Pandas se extinguirían, lo que no seria bueno porque los Pandas son bonitos. Muchas Gracias."

Se quedó un instante en silencio y luego empezó a buscar en sus hojas la exposición sobre los peligros de la carrera armamentística y el enriquecimiento de plutonio, pero un murmullo que se transformo en una carcajada enorme y un ensordecedor aplauso de parte de la asamblea le obligó a sonreír y, en la medida que esta no se detuvo en los tres minutos restantes, estuvo obligado a bajarse del estrado sin siquiera haber empezado a exponer, mientras saludaba atribulado a todo el público que riendo aplaudía como si fuera un concierto mientras los representantes de los Estados Unidos y China se abrazaban riendo y se acercaban a saludarlo bajo el destello enceguecedor de los flashes de la prensa.

Obsequias

Ella dedicó toda su vida a la investigación de la anatomía humana y su incidencia en la depresión.

Después de muchos años de estudio había acabado trabajando junto a un importante equipo de doctores, diseccionando cadáveres en una investigación pionera a nivel mundial.

Tras un par de años les cancelaron el presupuesto y se quedaron sin muertos que abrir.

Al otro día la encontraron colgando, se había ahorcado con una cinta de regalo.