El naufragio del Doctor Martín (Capítulo 2 de 4)

2.


-¿Si?
-Hola, vengo por lo del velero.
Dijo el Doctor Martín al citófono instalado fuera de la reja de alambre que rodeaba la casa rural donde había llegado siguiendo el dato de un “velero hermoso a un costo asequible”.
“Asequible ahora”, pensó, mientras se miraba sus viejos mocasines de cuero manchados por el polvo del caminito del sur de Chile.
-Ah si, usted es el señor Martín.- Le dijo un hombre robusto que se acercaba a la reja dando grandes trancos. -¡Ah! ¡Disculpe! –El hombre le extendió una robusta mano manchada con pintura blanca que se limpió en el pantalón –Benjamín Alfaro, mucho gusto.
-Gracias, Igualmente.
-Nos conocemos de antes ¿cierto?
Durante los meses siguientes al discurso de la ONU una multitud de líderes mundiales habían llamado al Doctor Martín para ofrecerle suculentas sumas de dinero a cambio de que les escribiera discursos hilarantes para rematar sus aburridos manifiestos tecnócratas, “algo así como el que pronunció esa tarde de Abril en las Naciones Unidas” le decían siempre los yupies mientras se balanceaban en sus sillas gerenciales desde donde asesoraban a los políticos mas importantes de las potencias por alguna cantidad de dinero onerosa, probablemente bajo el titulo de “departamento de estrategia” o algo con esa pompa.
Al principio, hay que reconocer, el Doctor Martín las rechazó todas del mismo modo que rechazaba la mayor parte de las invitaciones a los programas de televisión, incapaz de asumir aún que realmente le querían dar el Nobel de la Paz por haber tenido un arranque de acidez con mucho rating y cuya magnitud el doctor Martín aun no había visto en youtube, donde ya era uno de los cien vídeos mas vistos.
-No, no - Le contestó el Doctor Martín sin dejar de sentir un escalofrío mientras se calaba el sombrerito jipijapa que se había conseguido para guarecerse del calor de febrero - no creo, yo no soy de por acá.
En todo caso, cuando las sumas de dinero ofrecidas comenzaron a ser muy grandes el Doctor Martín comenzó a cobrar por entrevistas para las revistas de distribuicion internacional y se guardó un poco los prejuicios, o lo que fuera que lo incomodara. La verdad es que eran muchos ceros y el Doctor Martín lo veia como una oportunidad única de asegurarse una merecida jubilación lejos de toda esa vorágine de hedonismo y decadencia... Tan solo tenia que hablar estupideces, no le hacia daño a nadie.
-Es que sabe usted me parece cara conocida, bueno, demás que me acuerdo mas rato… Así que viene a ver el Velero ¿no?
-Si, es que me vengo a vivir al otro lado del lago y aprovechando…
-Claro, se ahorra el traslado ¿cierto?. Mire, acompáñeme al muelle y se lo muestro, justo lo estaba arreglando.
Lo interrumpió el hombre dándole una palmadita en la espalda para luego llevarlo por un sendero que daba al lago. Mientras caminaban el Doctor Martín pudo mirar el impresionante volcán que se elevaba dominando el paisaje a unos cuantos kilómetros; siempre había pensado en retirarse a un lugar así y, aprovechando la brisa que lo golpeaba en la cara trató de pensar que todo lo que había pasado desde esa tarde tenía un sentido ulterior referente a su propia paz interna para poder, al fin, alejarse de todo ese sin sentido arrollador que lo había rodeado desde ese largo lapsus que había tenido en la ONU.
 “Un naufrago buscando un barco” pensó el Doctor sonriéndose de parafrasear a Ortega y Gasset.
Finalmente llegaron a un muelle construido con árboles de bosque nativo donde estaba amarrado un pequeño velero pintado de blanco con una serie de accesorios náuticos también blancos, adornados con frases escritas con letras doradas. Al otro lado del muelle, el Doctor Martín vio amarrada una lancha de color verde claro.
 -¿Que le parece? Bonito ¿Cierto?
-Si, si, está… blanco.
Le contestó el Doctor Martín mientras Benjamín se subía al velero de un salto y le empezaba a explicar sobre las velas. El sonido del viento le impedía escuchar bien así que optó por quedarse mirando y asintiendo con la cabeza mientras se fijaba en que todo en el Velero era blanco, incluso la madera de los bordes estaba pintada de un tenue barniz níveo. Finalmente Benjamín volvió a su lado y le dijo.
-…porque usted sabe navegar supongo, ¿no?
-No, bueno, la verdad pensaba aprender ahora que me vengo a vivir acá.
Apenas pronunció estas palabras el Doctor Martín sintió la mirada burlona del hombre cayéndole encima.
-No es tan fácil sabe. Necesita un profesor – Le dijo Benjamín mientras se daba vueltas a mirar el velero –Aunque si necesita ayuda en eso, yo podría enseñarle, darle unas clases, a precio de amigo ¿me entiende? Además si va a salir a hacer vela necesita alguien que lo ayude, aunque en este velero no es tan difícil porque tiene un GPS, un sistema de acceso a Internet que le dice donde está, que es lo que tiene que hacer, todo muy cómodo, muy de acuerdo a los tiempos…
El Doctor Martín se quedó mirando el barco y pensó que sería un buen pasatiempo aprender a navegar con este hombre de modales rudos, pensó que quizás podría volverse su amigo mientras el, encima del velero se iría volviendo uno y anónimo con el lago, también pensó en pintar un poco el barco, de algún color que no fuera tan blanco.
-No es como manejar un auto... Claro.
Dijo el Doctor tocando la áspera lona de las velas blancas.
-No, no pues, lo que es como manejar un auto y que se aprende solo es manejar esa lancha de ahi, ¿ve? – Se acercó a la lancha, se montó encima de un salto y la hecho a andar. –No es exactamente como un auto, pero es casi lo mismo: manubrio, pedales, cambios, etcétera… es que un Velero es otra cosa.
-Ah mire… No está mal.
-Discúlpeme por favor por la imprudencia… - Le dijo de pronto Benjamín –No me había dado cuenta quien es usted.
El Doctor Martín se quedó helado.
-¿Qué? ¿Quién? No, no, olvídese, no se preocupe.
Replicó asustado.
-No es que usted es uno de los ídolos de mi señora, siempre que sale en televisión lo vemos… Sabe, por ser usted no le cobro las clases de Velerismo porque, en serio, usted es el Doctor Martín ¿no?
El Doctor Martín se quedó en silencio y bajando la vista aceptó con una mueca de desagrado.
-Si, si, yo soy.
-¡Jajaja!- le dijo riendo -sabe, mi señora no va a creerme cuando vuelva y le cuente…
El doctor Martín dejo escapar una sonrisa, pese a todo el sincero desprecio que sentía por las formas de la fama, no dejaba de subirle el ego que fuera famoso en un lugar tan lejano.
-Que bueno que a ustedes les interese la política.
Le dijo amablemente tras lo que el hombre lo quedó mirando un instante y le contestó.
-Bueno, no se si la política, es que los chistes que usted cuenta son muy buenos… Como los del Coco Legrand, ¿le gusta el Coco? El viejo de la moto, ese que cuenta el chiste del hippie que tiene que ir al baño y el papel secante, le apuesto a que si, ¿o no? si se le nota en el estilo.

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