Del vino añejo

Noche, frío y niebla. El viento andino bajaba aullando por entre las ruinas de la Catedral, ondulaba largo por sobre todas las techumbres del centro de Curicó hasta que finalmente se estrellaba con un zumbido seco en contra de los cristales empañados de las casas de la Villa Doctor Osorio, ignoro quien fue el Doctor Osorio pero ahi vive mi hermano y esa noche estaba visitandolo despues de una larga ausencia. Hablabamos sobre trabajo, política, el viejo, todo eso que uno suele hablar con un hermano cuando no se le ha visto en un buen tiempo.

Estabamos hablando del terremoto y de como quedó la Catedral en ruinas cuando en un momento mi hermano se levantó, caminó hacia la despensa y la abrió con una sonrisa torva cruzandole los labios.
Me lo quedé mirando un instante y le pregunté.
-¿Eh?
Mi hermano se rió un poco y me dijo mientras sacaba una botella verde del cajón de abajo
-Oye, ¿Cuantos cigarros quedan?
Eché una rapida mirada a la cajetilla y le contesté
-Queda uno, voy a comprar mas... ¿Y eso que es?
Le dije mientras me paraba y me ponia la chaqueta
-El mejor Vino que has probado, directo de las tinajas de una viña donde trabaja un amigo, me lo trae en bidones, dificil que hayas probado un vino de estos... Espera que lo sirvo.
-Que buena, entonces cruzo a comprar cigarros mientras tanto.
Le dije mientras abria la puerta y salia al frio nocturno del otoño curicano.

Mientras caminaba por las vereda vacias hacia el almacén recordé un reportaje sobre el movimiento rastafari que habia leido hacia un tiempo. No recuerdo bien de que iba completo, era una de esas cronicas largas y medio amarillistas que salian en la Rolling Stone por los setenta, pero entonces se me alojo en la cabeza una sola imagen de esa historia: Amontonados en un trozo de sombra, unos rastafari fumaban marihuana escapando del verano jamaiquino, entre ellos se destacaba un viejo anciano de cabello blanco que, tras quedarse largo rato en silencio, enunciaba cripticamente: "La revolución viene, pero no todavia".

Compré los cigarros y me devolvi caminando lento hacia la casa. El viento soplaba encima de mi nuca, una hoja humeda y amarillenta cayó pesada encima de mi hombro. En Curicó la melancolía del otoño se mezclaba ese año con la pena del terremoto, la dureza del frio que empapaba mi ropa me hacia dudar donde terminaba una cosa y donde empezaba la otra... Sin embargo en mi cabeza la imagen del anciano seguia repitiendo "La revolución viene, pero no todavia", una y otra vez. En voz baja repeti la frase mientras sin tener muy claro que significaba, abrí la cajetilla y caminé cruzando la calle hacia la casa de mi hermano.

En unas copas de greda blanca mi hermano habia servido el vino, me acerque una a la boca y el solo aroma del cabernet me dio vueltas en la cabeza tiñendo de un purpura avasallador todos mis sentidos, preparándome para saborear lo que venia.
Bebi un largo trago hasta empapar toda mi boca, el vino bajó grueso por mi garganta y se diluyo en una serie de tintes aromáticos.
Mi hermano hacia lo mismo, aunque me miraba como sabiendo algo que yo no.
-Realmente... Está muy bueno
Le dije despues de tragar
-Te lo dije ¿o no?- me dijo satisfecho -es que este es añejado en barriles de roble, es de lo mejor de la zona. El roble impregnado de alcohol y vino le dan una textura propia al vino, lo ponen mas grueso, mas propio, si no fuera por el tiempo que se deja ahí sería igual que todos esos otros vinos baratos que, si bien no son malos, son todos iguales.
Con el dedo tomé una gota de vino que se deslizaba lentamente por el borde de la copa y me la quede mirando, el carmín profundo reflejaba en su centro la luz de la ampolleta del comedor, pensé en si se podria hacer un collar de gotas de vino.
Mi hermano encendió un cigarrillo mientras miraba en el televisor una noticia de un terremoto en Indonesia.
-Oye, ¿No que vivia por aquí una novia que tenías?
Me preguntó de pronto mi hermano,
-Ah, si, si, si- le dije, un poco aturdido por lo súbito e inesperado de la pregunta -pero no precisamente por acá... aunque cerca, cerca, a unas pocas cuadras.
-Si, creo que una vez los vine a dejar en la camioneta, mucho antes que viviera por estos barrios...
-Ya hace tiempo de eso, eso si...
-Dimelo a mi, en esos años mi vida era otra - guardó silencio un instante- partiendo por lo de la camioneta.
-Esta bien, me gusta tu casa nueva, es mas tuya.
-No es muy grande, pero es autentica, mejor que lo de antes... Oye, ¿y por que terminaron con esa mina? ¿O es muy dramático?
-No, no realmente, si terminamos por lo de siempre, que el tiempo, la distancia, las peleas, todo eso que hace la vida cuando te metes en camisas muy grandes, todo ese tipo de mierda egoista que le va carcomiendo los cimientos a las cosas hasta que de pronto...
-¡Plaff!
Me interrumpió mi hermano con una onomatopeya.
-Justamente.
Acoté riendo mientras apagaba mi cigarro.
-¿Y por que no vas a verla? digo, aprovechando que estás de paso en Curicó.
-Jajaja, bueh, es que ella no vive acá, y dudo que sus abuelos quieran verme...
Le contesté, divertido por la idea. Mi hermano tomó el bidón de vino y no pude evitar fijarme en su dedo anular. La ultima vez que lo había visto tenia un anillo.
-Ah bueno, debe ser de familia.
Me dijo mientras movía su dedo anular y levantaba la copa con rostro burlesco.
-¿Que hiciste el anillo?
Le pregunté de pronto, preso de la curiosidad.
-Lo fui a tirar a un volcán en el sur.
-¿En serio?
-jajajaja no po- se rió -como se te ocurre... Lo tengo ahí atrás, guardado- me indicó -pero no es por nada en especial, solo para tenerlo de recuerdo.
-Un monumento.
-A lo bueno y lo malo.
-Ah...
Rellenamos con mas Vino las copas de greda blanca.
-Por cierto, vi al viejo en la televisión...
-¿En serio? ¿Y que decia?
-Estaba reclamando por lo de las casas, lo del terremoto, la reconstrucción, todo eso, decía "Yo gasté treinta años de mi vida en esta casa, y ahora el gobierno con su indiferencia quiere que me olvide" se veia muy molesto mientras lo decia ¿sabes? aunque a la gente que lo acompañaba atrás parecia agradarle.
-Y estaba de lider... ¿no?
-Claro, ¿de que mas?
Ambos lanzamos una carcajada.


Ya era de madrugada cuando, tras despedirme de un fuerte abrazo y prometiendo venir mas seguido, salí de la casa de mi hermano rumbo al lugar donde me estaba quedando. No habia caminado ni dos cuadras cuando el viento frio ya habia humedecido mis jeans, encendí un cigarro que se tiño morado al solo contacto con mis labios, tambien morados despues de haberme tomado un bidón completo de ese vino junto a mi hermano. Me puse los audifonos, programé un disco y marché rumbo al centro.

Caminé por cuadras y cuadras a paso largo, pisando las hojas amarillas e ignorando casi por completo el camino, solo preocupado por el cigarro y la música. La noche era dura y sin embargo me sentia muy comodo paseando por la noche helada de una ciudad llena de ruinas inadvertidas.

Iba por un costado de la Plaza de Armas cuando de pronto, casi por instinto, me detuve en seco y me di cuenta que estaba pasando por el frente de las ruinas de la Catedral. La oscuridad de la noche y la luz de los focos de la plaza iluminaban las negras rumas de escombros salpicadas de trozos de mosaicos, el resplandor de los vidrios pintados dotaba a las ruinas de un aire de majestuosa desolación.

Yo nunca habia ido a misa, pero traté de recordar como era la Catedral cuando aun estaba de pie. Me sorprendí al recordarla tan nitidamente: Era muy alta y por sobre sus columnas tenia una cupula imponente, toda llena de esos mosaicos que ahora se esparcían destrozados por toda la cuadra. Súbitamente sentí una tristeza inexplicable y comencé a caminar cada vez mas rápido rumbo a mi casa, al cabo de una cuadra sin darme cuenta estaba corriendo por Curicó con los labios morados y un cigarrillo en la mano... me detuve en seco y tome una bocanada de aire helado y volví a caminar sintiéndome algo avergonzado, aún con ese malestar clavado entre el pecho y la garganta. Estaba a tres cuadras de mi hospedaje cuando me di cuenta que por culpa del vino habia estado olvidando que todo este camino que había estado recorriendo inconscientemente ya lo había hecho antes hacia unos años, cada vez que la había ido a buscar a la casa de sus abuelos. Sorprendido por el recuerdo y motivado por el mismo sentimiento de la catedral intenté recordarla exactamente como era entonces, pero la única imagen que se me vino a la cabeza fue la de un día jueves sentado junto a ella en uno de los patios de la catedral, un día jueves de otoño, mucho tiempo atrás.

Me senté a orillas de la vereda y me quede en silencio por un largo rato, cerré los ojos y pude ver a la Catedral con sus puertas abiertas justo ante mis ojos, alejandose lentamente cada vez que intentaba tocarla, diluyéndose de a poco como los granos de arena que caen dentro de un reloj. De pronto tenia ese sonido de arena en la cabeza ¿lo sentía entonces? ¿Lo intuía al menos? me invadieron unas ganas inefables de entrar a los jardines para buscarme a mi mismo dentro de la Catedral, para preguntármelo y para decirme también que recorriera mejor con la vista la catedral, así no olvidarla tan fácil, que disfrutara mas ese jueves que quizás era el ultimo jueves ¿Había sido el último jueves? El sonido de los granos de arena seguía ahí.

Pero, tan solo al abrir los ojos pude ver que delante mio seguía la Catedral en ruinas. Invadido por un sentimiento desolador intenté comprender que ya hacia mucho que, como el mosaico, todos esos momentos estaban demasiado lejos, como las figuras que formaban los vidrios, también gran parte de los recuerdos habían dejado de existir... Como el mosaico, todos esos instantes eran solo vagos trazos de lo que realmente habían sido, se habían transformado para siempre en ruinas, al igual que los muros de la Catedral.

Cuando al fin llegué a mi pieza encendí el televisor que pasaba noticias sobre el terremoto en Indonesia... La dejé encendida, me desvestí y me tapé con las frazadas heladas y polvorientas de la cama de la residencial.

Cuando me tapé aun tenia los labios coloreados de vino, pensé que mancharía la cama pero no me importo mucho, ya que al otro día tenia pasajes para el tren de las diez.

Con los ojos cerrados pensé en los mosaicos de la catedral quebrandose con los golpes del terremoto y cayendo afilados sobre las bancas de madera de la iglesia, me imaginé la luz de la luna filtrándose por la techumbre agrietada en medio de la hecatombe y pasando por entre los trozos de cristal por un solo instante eterno.
Mientras el sopor del sueño empezaba a adormecer mis manos, cada vez mas lejos del chicharreo de la tv, se me vino a la cabeza ese lío del vino añejándose en los recuerdos de los barriles de roble.

Pude ver entonces a mis recuerdos , convertidos en mosaicos.

Me imagine entonces

a los mosaicos

convertidos

en gotas de vino

efímeras.

Cayendo,

suspendidas del tiempo,

en un collar que flota en el aire

para siempre.

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