Se viene la rutina

De tratar de despertar.

Y si resulta, sentir el aroma de Santiago por la mañana.

Mojarse la cara, lavarse los dientes.

Escuchar las noticias por la radio.

Y preparar café.

Mientras se filtra, prender el calefont y la ducha.

Buscar una toalla, tomarse el café.

Entre sorbo y sorbo, tocar la trompeta.

Después vestirse.

Y volver a hacer ruido.

Tomar lo que queda de café en el jarro, pensar en hacerse un pan.

Nunca queda pan.

Aburrirse de las noticias y poner un cd.

Para darse vueltas buscando las llaves.

Y el cuaderno.

Y algún lápiz.

Y el encendedor, los cigarros, el pendrive, los audífonos, la plata, las llaves, los lentes de sol, mojarse el pelo, entonces buscar la billetera, y luego la plata y las tarjetas y de nuevo las llaves.

Así hasta estar lo suficientemente atrasado... Es a propósito.

Y entonces salir prendiendo un cigarro.

Haciendo malabares, entre el encendedor, el pendrive, el cuaderno y las llaves.

Bajar por el ascensor.

Saludar al conserje antes de otro (el mismo de todos los días) chiste sobre la trompeta.

Caminar al metro.

Bajar a la estación, subirse al primer carro, sentarse en alguna parte.

Escuchar música.

Mirar por la ventana.

Esperar el otoño.

5 comentarios:

Jon Nieve dijo...

DOLOR, DOLOR, DOLOR !

pero son los primeros pasos otoñales, y es precioso, el frio de las mañanas heladas me encanta, es poesia, poesia, poesia

Unknown dijo...

Increible, me recuerda mis rutinas matutinas para ir al colegio, con un savor similar.

Jon Nieve dijo...

ahora, algo totalmente distinto;

encontré la biblioteca completa de K. Dick.
lo malo es que está en word, pero bueno, LA PAGINA:

http://kickme.to/phildick

Jon Nieve dijo...

Y PARA ENGANCHARTE:

Gozábamos haciendo que Fat mordiera el anzuelo de las disputas teológicas porque siempre se enfadaba, asumiendo el punto de vista de que lo que nosotros dijéramos sobre el tema tenía importancia, de que el tema de por sí tenía importancia. Estaba completamente vapuleado. Nos divertía introducir la discusión mediante algún comentario indiferente:
—Hoy Dios me dio un billete para la autopista libre de peaje.
O algo por el estilo. Cogido en la trampa, Fat se lanzaba a la acción. Pasábamos así agradablemente el tiempo torturando a Fat sin malicia. Cuando nos íbamos de su casa, experimentábamos la satisfacción extra de saber que estaría anotándolo todo en su diario. En su diario, claro, su punto de vista prevalecía siempre.
No era necesario hacerle morder el anzuelo a Fat mediante preguntas ociosas como «Si Dios puede hacer lo que le plazca ¿puede crear una zanja tan ancha que le sea imposible de saltar?». Contábamos con abundantes preguntas planteadas por la vida real para las que Fat no tenía respuesta satisfactoria. Nuestro amigo Kevin comenzaba siempre su ataque de la misma manera.
—¿Y mi gato muerto? —preguntaba.
Varios años atrás, Kevin había salido de paseo con su gato una tarde temprano. Había cometido la torpeza de no ponerle lazo y el gato se había lanzado por la calle al encuentro de las ruedas de un automóvil que lo arrollaron. Cuando recogió los restos del animal, todavía vivía, exhalaba una espuma sanguinolenta y lo miraba aterrado. A Kevin le gustaba decir:
—El Día del Juicio Final, cuando sea llamado a comparecer ante el gran juez, voy a decir: «Aguardad un momento» y entonces voy a sacar el gato muerto de debajo de mi americana. «¿Cómo explicáis esto?» voy a preguntar.
Por entonces, solía decir Kevin, el gato estaría tan tieso como una sartén; sostendría al gato por el asa, o sea, la cola, y esperaría una respuesta satisfactoria.
Fat decía:
—Ninguna respuesta te satisfaría.
—Ninguna respuesta que me dieras tú —decía Kevin con desprecio—. Pues bien, de modo que Dios salvó la vida de tu hijo. ¿Por qué no hizo que mi gato se lanzara a la carrera cinco segundos más tarde? ¿Tres segundos más tarde? ¿Habría sido eso demasiada molestia? Claro, supongo que un gato no interesa.
En una ocasión le señalé:
—Sabes, Kevin, que podrías haberle puesto una traílla al gato.
—No —dijo Fat—. Dios debe tener alguna razón. Es algo que me viene atormentando. Para él el gato es un símbolo de todo lo que no entiende en el universo.
—Entiendo perfectamente —dijo Kevin con amargura—. Sencillamente creo que todo es una mierda. O Dios es impotente o estúpido o le importa un rábano. O las tres cosas juntas. Es malvado, tonto y débil. Creo que voy a comenzar mi propio exégesis.
—Pero a ti Dios no te habla —dije.
—¿Sabes quién le habla a Caballo? —preguntó Kevin—. ¿Quién le habla realmente a Caballo en el medio de la noche? La gente del planeta Estupidez. Caballo, ¿qué nombre se le da, otra vez, a la sabiduría de Dios? ¿Santa qué?
—Hagia Sophia —dijo Caballo cauteloso.
Respondió Kevin:
—¿Cómo dices, Hagia Estupidez? ¿Santa Estupidez?


creo que con esto ya puedo dar por terminado mi dia.

d.k.e. dijo...

ESAS PUTAS LLAVES QUE SIEMPRE SE ARRANCAN WON, Y ESA MAÑANA EN TU DEPARTAMENTO KE NI LA SOPA DE VERDURAS NOS QUITABA EL MALESTAR DE TODO LO BEBIDO, ME RECUERDA MIS MAÑANAS EN SANTIAGO, ESAS TOXICAS, ESA QUE LUEGO DE BEBER EN TU DEPA NO QUERIAMOS SABER NADA DEL MUNDO, Y ESA QUE CON LOS OJOS PEGADOS ESKUCHABA: ''WEON, VOY A BUSCAR ENTRADAS PARA MORRICONE'',,AL FINAL COMISTE PASTAS, YO SOPITA DE MEDULA,, JAJA, SALUDOS!