Andén 8

Los trenes nunca cierran sus puertas.
Corren largos y bulliciosos
brillantes y fugaces, relámpagos.

Debe ser porque los trenes no existen
Porque
como los rayos
los trenes son un mito.

Los trenes no son supersticiones.
Los trenes existen,
simplemente,
mas allá
de lo circunstancial
de la existencia
de la historia
y de todo eso.

Los trenes son
Grandes,
Vitales,
Metálicos,
Con zapatos de madera antigua
con rieles de hierros eternos.

Los trenes son metáforas
forjadas, vaporosas
necesarias
inherentes
Corriendo mas alla del dia,
de sus circunstancias

Los trenes, siempre hay trenes
En las ciudades, en los edificios,
en las cocinerias y las azoteas
en las infancias,
en los ocasos...
y en las playas, en las playas
siempre hay un trozo de madera
siempre hay una locomotora
de hierro, de carne o de paisaje
echando humo
moviendose
desapareciendo

Los trenes van siempre con sus puertas abiertas,
viajando por los rieles eternos
evanescentes
hacia alguna parte

Los trenes van siempre con las puertas abiertas
de par en par
porque siempre hay estaciones
porque los rieles no se acaban nunca
porque quizas las locomotoras se paran
pero los trenes no se acaban nunca
porque las lineas son largas
y los trenes son un mito

Los trenes son millones
con sus porticos que no cierran
con sus estaciones que son todas decisivas
Los trenes son de mito
son troncales de algo,
instantes.

El Horizonte es un mito
Y los trenes van siempre, con sus puertas abiertas
perdiendose en el horizonte
nunca tocan el sol.

La calle quimica

Caminar cansado de la calle quimica, desesperado porque no se acaba nunca la cuadra, mareado con los muros que no dejan de alargarse, cada vez mas altos, altos muy altos, vertiginosamente altos, tan altos que tapan las entradas de aire, que asfixian el alma, que me asfixian, que parpadeo y te veo mirandome en lo negro, y te asfixias tambien, todo ahoga.

Seguir caminando, dando los pasos mas pesados, mas llenos de plomo, y yo espero que se acabe pronto, que se termine la calle quimica, la terrible calle química.

En una cueva de la orilla veo a un viejo hermitaño urbano, quizas alguien que se cansò de la calle, que como yo nunca encontrò la esquina donde estaba el telefono pùblico, el cisma secreto de este espiral macabro, el punto de fuga donde se podia doblar, donde los muros mueren en una esquina donde poder comprar agua mineral.

El agua, la sed, tengo mi boca tan seca...

Muevo mis pies cada vez mas debilmente, y mi garganta ardiendo, palpitando tan fuerte que retumba en mi cabeza, y mierda como falta el aire, la ciudad encierra, no hay aire, no hay oxigeno, ni una sola puta brisa, solo hay mendigos, solo autos que pasan hechos tsunamis pantanosos, solo concreto que no acaba, falsas esquinas tras ninguna esquina, tras ningun dialogo, no hay dialogos, solo hay de pronto una botella de agua, de alguna esquina que pasó sin verla, no lo sé... Solo hay luces llenas de las sonrisas mas tenebrosas, brillantes, encerrandome.

Me apoyo en la reja, abro tembloroso la mampara, espero al ascensor lleno de polvo para encerrarme y subir, subir sentado en el piso del ascensor, con la cabeza fija, asi y unos pasos, una llave brillante, asi...

La muerte del errante: Solo, exhalando en una pieza de techos blancos, con la botella de agua desparramandose al costado de la cama, goteando cada vez mas lejos.

Morir en la calle química: pensando fugazmente en cuantos dias pasarán antes de que los vecinos se percaten, mirando por la ventana, pensando en el cielo negro, tapizado de estrellas casi invisibles, en el aire que se acaba, en la sobredosis, pero sobretodo pensando en la luz estelar, en el espacio vacio por donde viaja, sin aire, sin distancias, todo negro, que me envuelve, que me envuelve...