De tratar de despertar.
Y si resulta, sentir el aroma de Santiago por la mañana.
Mojarse la cara, lavarse los dientes.
Escuchar las noticias por la radio.
Y preparar café.
Mientras se filtra, prender el calefont y la ducha.
Buscar una toalla, tomarse el café.
Entre sorbo y sorbo, tocar la trompeta.
Después vestirse.
Y volver a hacer ruido.
Tomar lo que queda de café en el jarro, pensar en hacerse un pan.
Nunca queda pan.
Aburrirse de las noticias y poner un cd.
Para darse vueltas buscando las llaves.
Y el cuaderno.
Y algún lápiz.
Y el encendedor, los cigarros, el pendrive, los audífonos, la plata, las llaves, los lentes de sol, mojarse el pelo, entonces buscar la billetera, y luego la plata y las tarjetas y de nuevo las llaves.
Así hasta estar lo suficientemente atrasado... Es a propósito.
Y entonces salir prendiendo un cigarro.
Haciendo malabares, entre el encendedor, el pendrive, el cuaderno y las llaves.
Bajar por el ascensor.
Saludar al conserje antes de otro (el mismo de todos los días) chiste sobre la trompeta.
Caminar al metro.
Bajar a la estación, subirse al primer carro, sentarse en alguna parte.
Escuchar música.
Mirar por la ventana.
Esperar el otoño.